El sonido del agua es como un arrullo, una sensación que causa tanta tranquilidad, tan cristalina, tan transparente, llena de pequeños peces que van y vienen una y otra vez; el reflejo del sol en el agua, la refracción que causa los colores turquesa, verdes y azules, el color café de las rocas, la vegetación ahora tan abundante, los caminos de piedra y cemento vacíos, las pequeñas palapas que alguna vez sirvieron de refugio para la convivencia de familias que alegres y con grandes sonrisas cocinaban sus carnes asadas, toda esa maravilla tan característica de Chiapas contrasta con el ambiente sombrío, casi tétrico de lo que alguna vez fue un lugar de esparcimiento para miles de personas que llegaban, mayormente los fines de semana, hoy está en ruinas, ningún restaurante atiende, ningún negocio está abierto, si acaso alguna tienda de abarrotes con escasa mercancía, ni cervezas hay, no llega nadie, la delincuencia acabó con el centro ecoturístico Lagos de Colón, pero hoy hay una nueva esperanza.
Todo el recorrido desde la carretera internacional 190, hasta llegar al entronque que conduce a la localidad de Cristóbal Colón, se siente el ambiente pesado, una sensación de estado de alerta permanente, como si alguien de repente saliera entre todos los maizales que hay a lo largo del camino, para de repente sorprenderte y preguntarte qué haces ahí, que lo mejor es que regreses por donde viniste o algo peor suceda; sin embargo, la gente es amable, está dedicada a su trabajo, te dan la bienvenida, te inspiran confianza, les da gusto que el lugar vuelva a cobrar vida, como si quisieran que regresaran los buenos momentos cuando el lugar lucía abarrotado de turistas.
El restaurante principal del lugar está cerrado, las mesas volcadas y revueltas en su interior, se pueden ver a través del cristal de los ventanales, los baños públicos cerrados, cualquier necesidad hay que hacerla entre los árboles, las tiendas de souvenirs o de ropa para nadar, todas cerradas, los kayaks llenos de hojas y lodo, quemados por el sol, inservibles. Doña Carmen (cambiamos su nombre por seguridad) nos relata la tragedia que dejó la delincuencia organizada, cómo se apoderaron del lugar, como la utilizaron para base de operaciones y de desaparición forzada, cuatro largos años de miedo y terror. Cuatro años de escuchar motores a toda velocidad entrar y salir de la localidad, sonido de metralla, de disparos, de explosiones, de gritos; no era una película, era la vida real, nunca lo imaginaron.
Una lágrima cae del rostro de doña “Carmen”, sus humedecidos ojos miran el lugar, aún es bello, bellísimo, tiene fe en el nuevo gobierno, tiene fe en Eduardo Ramírez y sus pakales, hombres guerreros que han traído la paz a riesgo de su vida, tiene fe en que los Lagos de Colón recobren su actividad turística, su economía y les regrese por los menos la paz y la seguridad, ya que a algunos será imposible les regresen sus hijos, hermanos, padres o familiares perdidos.
Eduardo viene con todo para traer la paz, siente un profundo dolor por las carencias que la delincuencia ha ocasionado a su amado pueblo, viene con todo y de manera frontal contra los malvados.
En Lagos de Colón hay una nueva esperanza en la pacificación de Chiapas, la ha traído Eduardo y sus Pakales.
Que regresen las horas serenas.